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27 de diciembre de 2012

Vivir el momento, nada de futuros.

– No estamos despidiéndonos. No paras de decirme que no piense en el mañana, así que aprovechemos este momento que todavía nos pertenece.
– No lo consigo. Ya no sé vivir el momento sin pensar en el que le seguirá. ¿Cómo lo consigues tú?
– Pienso en los minutos presentes; son eternos.
Decidí contarle una historia, un juego para distraerlo. Le pedí que imaginara que había ganado un concurso cuyo premio sería el siguiente: todas las mañanas, un banco te abriría una cuenta con 86.400 dólares. Pero como todo juego tiene sus reglas, éste tendría dos.
»La primera regla es que todo lo que no te has gastado a lo largo del día, se te retira por la noche. No puedes hacer trampas, no puedes traspasar ese dinero a otra cuenta, sólo puedes gastarlo. Pero a la mañana siguiente, al despertar, el banco te abre otra cuenta con 86.400 dólares para ese día.
»La segunda regla es que el banco puede interrumpir este juego sin previo aviso. En cualquier momento puede decirte que se ha acabado, que cancela la cuenta y ya no te abre ninguna más. ¿Qué harías?
Él no acababa de entenderlo.
– Pero si es muy sencillo, hombre, es un juego. Todas las mañanas, al despertar, te dan 86.400 dólares con la única condición de que los gastes durante ese día, pues el saldo no utilizado se te retirará cuando te vayas a dormir. Pero ese don del cielo o ese juego puede acabar en cualquier momento, ¿comprendes? Y la pregunta es: ¿qué harías si te encontraras en esa situación?
El respondió espontáneamente que se lo gastaría todo en lo que le apeteciera y en hacer multitud de regalos a las personas que quería. Emplearía hasta el último céntimo que le diera ese «banco mágico» en llevar la felicidad a su vida y a la de los que lo rodeaban.
– Incluso a la de gente que no conozco, porque no creo que pudiera gastar en mí y en mis allegados 86.400 dólares al día. Pero ¿adónde quieres ir a parar?
– Ese banco mágico lo tenemos todos. Es el tiempo. El cuerno de la abundancia de los segundos que pasan.
»Todas las mañanas, al despertar, se nos abonan 86.400 segundos de vida en nuestra cuenta para ese día, y cuando nos dormimos por la noche no hay suma y sigue; lo que no se ha vivido en el día se ha perdido, ayer acaba de pasar. Todas las mañanas se repite ese prodigio, se nos abonan 86.400 segundos de vida, pero jugamos con esa regla inevitable: el banco puede cancelarnos la cuenta en cualquier momento sin previo aviso; en cualquier momento, la vida puede acabar. ¿Qué hacemos, pues, con nuestros 86.400 segundos diarios? ¿No son más importantes unos segundos de vida que unos dólares?.
¿Quieres entender qué es un año de vida? Pregúntaselo a un estudiante que acaba de suspender el examen de fin de curso. ¿Un mes de vida? Díselo a una mujer que acaba de traer al mundo a un niño prematuro y espera que salga de la incubadora para estrecharlo entre sus brazos, sano y salvo. ¿Una semana? Que te lo cuente un hombre que trabaja en una fábrica o en una mina para mantener a la familia. ¿Un día? Háblales del asunto a dos que están locamente enamorados uno de otro y esperan el momento de volver a estar juntos. ¿Una hora? Pregúntale a una persona claustrofóbica encerrada en un ascensor averiado. ¿Un segundo? Mira la expresión de un hombre que acaba de salvarse de un accidente de coche. ¿Y una milésima de segundo? Pregúntale al atleta que acaba de ganar la medalla de plata en los Juegos Olímpicos, en vez de la medalla de oro para la que lleva toda su vida entrenándose. La vida es mágica, y hablo con conocimiento de causa, porque desde que sufrí el accidente saboreo el premio que es cada instante. Así que, por favor, aprovechemos todos estos segundos que nos quedan.
Él la tomó entre sus brazos y le susurró al oído:
– Cada segundo contigo cuenta más que cualquier otro segundo.


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